domingo, 20 de enero de 2008

jardín botánico

Esta es la foto de un árbol del jardín botánico. Un sitio al que siempre quise ir desde que en el instituto me explicaron que fue idea de Carlos III. Por aquella idea, el árbol se elevaba a la categoría de la pintura y se le adjudicaba un espacio de protección y estudio como se hizo también por aquel tiempo con los cuadros de la colección real en el Museo de El Prado. Que se hiciera con los cuadros es fácilmente comprensible porque muchos eran realmente hermosos y se sabía por los inventarios que habían costado muy caros,pero os árboles no pertenecían a la colección de reyes caprichosos ni tenían ningún valor que no fuera práctico como alimentar chimeneas, servir como muebles o de costillas y tablazón para barcos con los que derrotar a los ingleses. La idea, pues, de crear un museo para criar sólo leña y madera, y eso en pleno siglo XVIII, es francamente notable. El espíritu de la Ilustración queda patente no solo es esto, sino también en el nombre: jardín botánico. Hoy, que corren tiempos más prosaicos se le habría llamado simplemente museo del árbol, como se llama museo del carro al de Tomelloso y no parque móvil del transporte rural. Y no es porque los ilustrados fueran pedantes, sino porque elevaban cosas hasta entonces vulgares a la categorías de otras más nobles y los árboles se lo merecían aunque menos que el arado con mulas y el abonado con estiércol, que por eso no tuvieron sus respectivos museos o jardines. Es poco probable que este árbol sea de los que se plantaron en aquel primer museo de seres vivos pero ahora que es otoño y está despojado de hojas , se ve la gran cantidad de tumores de sus ramas que parecen retorcerse de dolor en el contraluz violento de la foto en blanco y negro. Pero visto así tiene algo de agónico, de viejo afrancesado castigado por el tiempo o por el olvido reaccionario del vivan las caenas o simplemente por la historia cuyos torturados avatares se han ido fijando como cicatrices en forma de tumores en las coyunturas de sus ramas.