En esta foto, está Pepe el de La Misi mordiendo un mondadientes que a veces se le escapa por la mella y lo tiene que recolocar para que no se le caiga. Le hice esta foto porque me impresionaron sus ojos vidriosos de ahora, su aire descuidado, casi de pordiosero y sobre todo ese andar lento de los adictos al alcohol y a las drogas más asesinas. Todavía lleva esa pelliza raída que quizá le ha salvado la vida este invierno en alguna helada alcohólica. Hace menos de diez años parecía un galán de cine con su traje azul, su camisa blanca, su corbata a juego y sus zapatos un poco polvorientos. Es el único que viste así en el pueblo y el único que sabe llevar un traje porque le sienta bien todo lo que se ponga. Se parece a Lord Jim o Corto Maltés vestido de gala porque acaba de fondear su goleta en la dársena. Hasta ese diente que le falta le da a su cara escurrida pero tersa un tinte un poco literario, como esculpida por mil aventuras de sal y vientos marineros pero sin sangre que no fuera de los dientes caídos como el suyo en peleas a puñetazos en tabernas de puerto. Además, cuando escupía por la mella ya no había lugar a dudas. En esta foto parece el retrato mismo del éxito alcanzado desde la nada y, eso que aunque apenas sabe leer, a primera vista nadie lo adivinaría y aun sabiéndolo pocos podrían decir que fuera una lástima. Porque la gente como él no necesita la cultura para triunfar. Un día, estando en la cumbre, tuvo éxito con todas las mujeres, hasta con las jovencitas en edad de merecer y su propia mujer, La Misi, le supo disculpar con un punto de falso orgullo ciertos desvaríos con el argumento de su hombría. Falso orgullo que sin duda estaba motivado por el interés de despertar la envidia entre aquellas delatoras que fingían hacerle un favor a La Misi al contarle cosas que no sabían o que sabían demasiado bien.
Hay quien se ríe con los ojos, con los labios o con la frente, pero Pepe el de la Misi se reía con toda la cara y si llevaba la chaqueta desabrochada, también con los hombros y los puños de manera que la risa le llegaba hasta los pies, parte donde se volvía un poco polvorienta porque parecía reflejar un augurio nefasto.
Pagaré con mucho gusto la multa, mi sargento, porque como usted comprenderá no hay mayor satisfacción para un furtivo que el haber atrapado un sargento en un lazo de cazar conejos, le dijo en una ocasión al jefe de la pareja. Y es que hasta para insultar a la benemérita podía ser elegante.
Estoy convencido de que Pepe el de La Misi era lo que sin necesidad de mucho análisis llamamos un superdotado. Prueba de ello es que probablemente con la ayuda del maestro abandonó la escuela antes de terminar de aprender a escribir y sin embargo, poco después no sólo vestía traje y se expresaba con corrección sino que estaba capacitado para ser hombre de negocios, dominaba las artes del mejor tahúr, condujo coches caros sin permiso durante muchos años y llegó a ser propietario del mejor hotel en un lugar privilegiado para el turismo de retiro, es decir aquel que más lo necesita o el que más lo sabe apreciar. Y todo ello sin salir de su pueblo más que para hacer la mili primero y después para acudir a ciertas timbas de las que sacaba el dinero necesario para pagarle las letras del hotel que le compró a don Félix, el antiguo propietario.
Si Pepe el de de la Misi era un personaje de tebeo, Don Félix lo era de película porque había trabajado en Columbia Films y con sus ganancias había construido el hotel en aquel lugar paradisíaco que descubrió con motivo del rodaje de una película. Como antiguo artista se creía obligado a interpretar el papel de excéntrico así que hacía cosas como fumar tabaco negro por la mañana y rubio por la tarde en largas boquillas o jugar al solitario con barajas francesas mientras bebía pequeños sorbos de champagne. También representaba con cierta habilidad otros papeles: el de amante de joven actriz que le seguirá hasta la muerte, el del artista dignamente retirado del frenesí del mundo del celuloide... Sobre Pepe el de la Misi ejerció con éxito el papel de Mefistófeles porque le compró el alma a cambio del hotel y de una cantidad de dinero que él mismo le indicó dónde ganar fácilmente.
-Pepe, que la semana que viene vence la letra, ¿Tienes el dinero?
-No, don Félix, pero este sábado me voy a Socuéllamos y les saco lo necesario a los bodegueros.
- Mira que es mucho dinero y ya has estado en Valdepeñas y Tomelloso y no te queda mucho corte. Anda vente a Madrid que yo te presentaré a la gente adecuada.
Uno sólo necesita tres años para pagar un hotel con el fruto de desplumar primos en timbas en las que corre el whisky arrastrando polvillos blancos por las mesas. Pepe el de la Misi no es tan pardillo para preguntar qué es lo que aspira el actorcito por la nariz sino que le pide una raya de esas, la sorbe y entra, disimulando en el mundo de colores de la gente guapa y famosa y ocasionalmente con dinero y mujeres alrededor. Sólo necesita tres años para auparse desde la nada y, justo al llegar a lo más alto desplomarse voluntariamente en una caída vertiginosa porque todo pierde de pronto su sentido. Porque no fue ni el dinero ni su alma todo lo que tuvo que pagar Pepe le de La Misi por ser alguien.
En esta foto está ella sentada a la puerta de una capillita donde están enterrados sus dos hijos y donde enterrarán a Pepe en poco tiempo. Parece que está tomando el fresco tranquilamente a la puerta de su casa de pueblo como cuando era niña y se sentaba con sus padres por las noches de verano a ver pasar el satélite por el cielo cuajado de estrellas porque no había más diversión que aquella y aún aburría verlo todos los días cruzar lento como una estrella fugaz muerta y previsible, sin misterio. Ya no piensa en donde estará su Pepe ni qué compras hacer para la cocina porque ha vendido el hotel y consumado su autodestrucción. La Misi está en paz recordando cómo correteaban sus dos pequeñines por los alrededores del hotel, cómo ayudaban a su abuelo a preparar las cañas para pescar en la Laguna Colgada y cómo aquel día que en un descuido bajaron solos aparecieron agarrados de la mano como dos buenos hermanos flotando boca abajo en la parte más oscura de la laguna, donde la cascada forma un remolino y donde las higueras salvajes y los carrizos revelan las verdades más atroces.