Tizas de colores
Ahora que estoy en la fase en que uno es sólo memoria tengo que mirar estas fotos antes que se me borren los nombres y las figuras sean sólo sombras que me ronden amenazadoras alrededor. Tengo que mirarlas ahora antes de entrar en la fase en que uno es sólo olvido.
En esta foto estamos mi hermana y yo en nuestro primer día en la escuela. Es otoño y yo llevo una chaqueta azul, una camisa blanca y pantalones cortos. En el bolsillo superior llevo nuestros dos lápices nuevos que me ha puesto allí mi madre porque mi hermana no tiene bolsillos ni llevamos cartera. La maestra no me ha dejado usar el mío y me ha dado otro corto, mordido y con la punta roma. Los demás niños escriben letras o números pero a mí me ponen a hacer palotes. Semicírculos a la derecha y a la izquierda, palotes rectos y oblicuos, largos y cortos. Como ya sé leer y escribir me resulta decepcionante la tarea pero me afano todo lo que puedo con la esperanza de que la maestra lo notará enseguida cuando vea mis palotes. Sin embargo, cuando se los enseño les pone pegas y pierdo toda esperanza de que la escuela realmente me vaya a servir de algo.
En esta foto estamos en el recreo los dos juntos muy serios observándolo todo. Aunque estamos en clases separadas nos hemos reunido enseguida al salir de clase en el patio común para niños y niñas. En una parte del patio están las maestras alrededor de dos grandes perolas de aluminio. Meten un cazo dentro y lo sacan lleno de leche que vierten repetidamente dentro de la perola desde muy arriba formando un chorro continuo. Mientras, los nidos juegan y nosotros seguimos observando. Todo me parece extraño. Cuando la espuma ya rebosa por los bordes de las perolas nos llaman a todos y los niños se apiñan alrededor con sus vasos. Las maestras llenan el vaso de cada niño menos los nuestros, que no tenemos porque no sabíamos que había que traerlo. A mi madre sólo le avisaron que había que traer la silla.
Cuando vuelvo a entrar en el aula la pizarra está totalmente llena de un dibujo hecho con tizas de colores. Por más que lo miro no salgo de mi asombro y mientras la maestra les canta a los demás maría de la o frotándose los brazos dramáticamente me olvido de hacer mis palotes. Cuando termina su actuación me obliga a seguir la tarea. Después permite a los niños a cantar su canción preferida :
todos los patitos se fueron a nadar
y el más pequeñito se quería ahogar,
su madre, enfadada, le quiso pegar
cuá, cuá, cuá.
Cuando llegan al cuá cuá se tiran frenéticamente del flequillo por tres veces. Como esto les divierte mucho la maestra se enfada. No entiendo nada y pienso en el ridículo que tendré que hacer cuando me toque cantar con ellos. Entonces me afano con gusto en mis palotes durante un buen rato.
Cuando volvimos a casa, en la Calle de las Eras, mi madre me pregunta por los dos lápices y eso es lo primero que aprendo en la escuela, que los niños roban.
Por la tarde volvemos a la escuela un grupo de cinco o seis niños de la misma calle. En cierto momento, uno de los que van a mi lado me pone la zancadilla y casi doy con la frente en el suelo. Aunque doy un traspiés nadie parece darse cuenta y yo no digo nada por no parecer quisquilloso y unos pasos más adelante se vuelve a repetir el traspiés. Esta vez tampoco digo nada y el agresor me deja en paz. En ese momento tomo nota de que algunos niños a veces son crueles y ejercen la maldad por diversión y lo mejor es hacerse el tonto.
Al volver de la escuela ya cae la tarde. Mi madre nos espera al principio de la calle cerca de casa y mi hermana le anuncia a gritos que por fin se ha terminado la escuela. La silla que llevamos bajo el brazo proyecta una larga sombra sobre el suelo como si fuese la silla de un gigante. En ese momento aprendo que las cosas son muy distintas de su sombra. Aquel día, desde el punto de vista curricular, lo único que aprendí es que existen las tizas de colores.
Hacia 1958