viernes, 13 de julio de 2007

Tizas de colores

Tizas de colores

Ahora que estoy en la fase en que uno es sólo memoria tengo que mirar estas fotos antes que se me borren los nombres y las figuras sean sólo sombras que me ronden amenazadoras alrededor. Tengo que mirarlas ahora antes de entrar en la fase en que uno es sólo olvido.

En esta foto estamos mi hermana y yo en nuestro primer día en la escuela. Es otoño y yo llevo una chaqueta azul, una camisa blanca y pantalones cortos. En el bolsillo superior llevo nuestros dos lápices nuevos que me ha puesto allí mi madre porque mi hermana no tiene bolsillos ni llevamos cartera. La maestra no me ha dejado usar el mío y me ha dado otro corto, mordido y con la punta roma. Los demás niños escriben letras o números pero a mí me ponen a hacer palotes. Semicírculos a la derecha y a la izquierda, palotes rectos y oblicuos, largos y cortos. Como ya sé leer y escribir me resulta decepcionante la tarea pero me afano todo lo que puedo con la esperanza de que la maestra lo notará enseguida cuando vea mis palotes. Sin embargo, cuando se los enseño les pone pegas y pierdo toda esperanza de que la escuela realmente me vaya a servir de algo.

En esta foto estamos en el recreo los dos juntos muy serios observándolo todo. Aunque estamos en clases separadas nos hemos reunido enseguida al salir de clase en el patio común para niños y niñas. En una parte del patio están las maestras alrededor de dos grandes perolas de aluminio. Meten un cazo dentro y lo sacan lleno de leche que vierten repetidamente dentro de la perola desde muy arriba formando un chorro continuo. Mientras, los nidos juegan y nosotros seguimos observando. Todo me parece extraño. Cuando la espuma ya rebosa por los bordes de las perolas nos llaman a todos y los niños se apiñan alrededor con sus vasos. Las maestras llenan el vaso de cada niño menos los nuestros, que no tenemos porque no sabíamos que había que traerlo. A mi madre sólo le avisaron que había que traer la silla.

Cuando vuelvo a entrar en el aula la pizarra está totalmente llena de un dibujo hecho con tizas de colores. Por más que lo miro no salgo de mi asombro y mientras la maestra les canta a los demás maría de la o frotándose los brazos dramáticamente me olvido de hacer mis palotes. Cuando termina su actuación me obliga a seguir la tarea. Después permite a los niños a cantar su canción preferida :

todos los patitos se fueron a nadar

y el más pequeñito se quería ahogar,

su madre, enfadada, le quiso pegar

cuá, cuá, cuá.

Cuando llegan al cuá cuá se tiran frenéticamente del flequillo por tres veces. Como esto les divierte mucho la maestra se enfada. No entiendo nada y pienso en el ridículo que tendré que hacer cuando me toque cantar con ellos. Entonces me afano con gusto en mis palotes durante un buen rato.

Cuando volvimos a casa, en la Calle de las Eras, mi madre me pregunta por los dos lápices y eso es lo primero que aprendo en la escuela, que los niños roban.

Por la tarde volvemos a la escuela un grupo de cinco o seis niños de la misma calle. En cierto momento, uno de los que van a mi lado me pone la zancadilla y casi doy con la frente en el suelo. Aunque doy un traspiés nadie parece darse cuenta y yo no digo nada por no parecer quisquilloso y unos pasos más adelante se vuelve a repetir el traspiés. Esta vez tampoco digo nada y el agresor me deja en paz. En ese momento tomo nota de que algunos niños a veces son crueles y ejercen la maldad por diversión y lo mejor es hacerse el tonto.

Al volver de la escuela ya cae la tarde. Mi madre nos espera al principio de la calle cerca de casa y mi hermana le anuncia a gritos que por fin se ha terminado la escuela. La silla que llevamos bajo el brazo proyecta una larga sombra sobre el suelo como si fuese la silla de un gigante. En ese momento aprendo que las cosas son muy distintas de su sombra. Aquel día, desde el punto de vista curricular, lo único que aprendí es que existen las tizas de colores.

Hacia 1958

domingo, 8 de julio de 2007

Blanco y negro-sepia-color



Blanco y negro-sepia-color

En ésta, mi madre me sostiene sobre una moto de juguete tipo vespa para que me puedan hacer la foto bien erguido. Ella se oculta todo lo que puede detrás de mí y de la moto para no salir porque quien debe salir en la foto soy yo y nada más que yo. Es una pretensión inútil porque la cámara lo registra todo. No es un caballito de cartón, qué fotógrafo más moderno. Quizá haya otra foto mía a caballo en la que me cuelgan las piernas endebles y lánguidas y al lado está mi hermana de pie porque las chicas no montan a caballo si está el niño de la casa. Luego está el autobús que nos lleva a Manzanares al entierro de la pobre María como la llamaba mi padre. Aun en aquellos tiempos de penuria los muertos llevaban delante siempre el adjetivo de pobre como si estar vivo fuera la mayor riqueza. Está el autobús con sus sobreventanas del techo azuladas, más bien magenta, que le dan al interior un aspecto mágico. He subido en autobús por primera vez y estoy impaciente porque se ponga en marcha. Cuando lo hace doy un paso más adelante; quizá me imagine que así son los aviones y volar debe ser parecido. Luego está una plancha de chapa tras la que nos resguardamos del viento o helado que barre el cementerio llevándose el último aliento de los que acompañaron a la muerta.
En esta estamos en la casa de Cabezas, el cazador y buscador de espárragos, el sonriente. Su casa está en la parte trasera de la casa de la torre y nos la enseña, orgulloso. Tiene las paredes muy blancas y destaca la luz amarillenta de las bombillas del techo. Enciende la luz de la habitación donde duerme su hija y aparece casi desnuda, morena y exuberante entre las sábanas revueltas y la vuelve a apagar con una sucinta disculpa porque ya tiene quince años y rebosa erotismo como una ola que se derrama por los bordes de la cama y llega al suelo a raudales y luego avanza hacia la puerta e invade el pasillo atrapándome los pies por los tobillos y sube por las corbas hasta las espinillas y luego se agarra atenazándome el sexo y ahí se queda una buena parte pero otra pasa a los riñones y sube veloz por la columna vertebral hasta la nuca donde se estrecha como un nudo de ahorcado.
En esta estamos en la plaza del Pilar tomando vermut rojo con tapas de anchoas porque ETA ha asesinado al presidente del gobierno de Franco.
En esta oigo los cascos de los burros y las mulas que resuenan en el empedrado de la calle donde vive mi abuela. Me despiertan al amanecer y entre el paso de un labrador y otro oigo el murmullo perenne de la Fuente del Peñón como lo oí anoche hasta muy tarde y por eso ahora tengo tanto sueño. En el arroyo de la Pasada, María la de César va a lavar la ropa y yo me entretengo llenando de agua bolsas de detergente que luego perforo y lanzo chorros al aire que forman un arco iris artificial. En el despeñadero de agua de La Pasada y mirando en cierta dirección se produce otro arco natural y procuro que el mío se coloque encima o al lado componiendo figuras pero los dos arcos siempre van en la misma dirección por mucho que me esfuerce dirigiendo el chorro de agua en uno u otro sentido. Al lado de la pequeña cascada y ocultándola un poco está el granado semisalvaje con sus flores de un rojo intenso y su botón de luz amarilla en al centro y más allá las mimbreras de las que cogen los gitanos pequeños haces de tallos para hacer cestos.
En esta estoy en la torre de la casa mirando el paisaje de la ciudad próxima y a la vez lejana. Tengo en la mano un balón de goma muy elástica que mi padre me acaba de regalar. Es de pentágonos negros pintados cobre fondo blanco. Como no tengo con quien jugar lo tiro desde la torre para ver cómo bota desde tan alto y sólo bota una vez. De repente se reduce a la mitad porque se pincha con alguna china de la explanada y deja de ser balón para convertirse en pelota inanimada. Mientras que los relojes atrapan el tiempo y lo acotan, las torres atrapan el espacio y lo revelan ordenándolo a su alrededor de manera que siempre están en el centro. Todo el mundo debería tener una torre alguna vez en su vida. Una torre a la que llevar a la amada después de mucho tiempo y decirle: esta fue mi torre y desde ella dominé el paisaje y aprendí la diferencia entre cerca y lejos, escala humana y escala cósmica, posible e imposible.


Hacia 1957

De nit a casa

En esta estamos dándonos mordiscos en los labios literalmente hablando. Hacemos como que nos besamos pero somos inexpertos y en realidad nos estamos comiendo mutuamente. O no. Es como una metáfora de algo en lo que los dos estamos pensando pero no nos atrevemos a nombrar. Ni siquiera conocemos el nombre, es decir, la cosa. Pero intuimos que estamos aludiendo a un nivel de comunicación más profundo que se tiene que producir si queremos entendernos totalmente. La habitación está casi a oscuras y suena casi como un murmullo la voz de Raimon:

I de nit a casa, junts
escoltàvem la música,
de nit a casa junts.
I serenament esperàvem
que d'un moment a l'altre
l' ascensor es parés al nostre pis.
Ells arribarien
de nit, n'érem segurs.

Corren tiempos resueltos en política y estamos allí de nit a casa, junts como escondidos de algo que no era desde luego la policía sino el censor de conductas prohibidas que, una vez detenido el ascensor en nuestro piso, otea por la mirilla con sus mil caras deformadas por la lente, la del confesionario, la de los dos rombos en la tele, la de los padres, la de la clase de religión, la de la señora Francis y nos ve, nos está viendo sorbernos con ansia como si éste fuera todo el líquido que tuviéramos que beber antes de la travesía del desierto sin confines que es la transición, el fin de carrera, el futuro incierto. Estábamos seguros de que llegarían de noche y nos pillarían juntos. La atmósfera opresiva de la canción de Raimon parecía impulsarnos a la rebelión como cuando ya está todo perdido mediante el último acto heroico o quizá al último acto de rendición.

Para asumir juntos el peligro es necesario un conjuro así que en estos momentos ponemos en juego nuestra estéril virginidad con la intuición de que nos lo arrebatarán todo pero nunca el primer acto libertario. Si llegan, si pasa lo peor, al menos no habrá habido estafa.

Como en la canción de Raimon,

No arribaren aquesta volta
però tu i jo ho sabem...


Esta vez no vinieron pero tú y yo lo sabemos … aquella noche fue por fin la revolución.

Hacia 1976