viernes, 24 de agosto de 2007

Curriculum vitae



Muchos pueden vanagloriarse de haber empezado su vida profesional desde los puestos más bajos o ejerciendo los oficios más humildes pero pocos pueden decir como yo que durante un tiempo trabajaron de espantapájaros. Considerando que mi padre en su infancia fue porquero y no precisamente al servicio de Agamenón, mi oficio de espantapájaros fue tanto o más digno que el suyo así que, si él lo pudo confesar sin rubor, también podré yo, que de hijo de porquero llegué pronto a espantapájaros y aún me superé siendo después albañil y camarero y sobre todo estudiante, el oficio más noble que se puede ejercer pese a la mala fama que le dieron aquellos que, por mala ventura, nunca estuvieron en la universidad o ni siquera acabaron la secundaria .

Pues bien, en esta imagen estoy vestido no de espantapájaros, que ellos no distingues de disfraces sino sólo entre comida y no comida y todo lo demás que se mueve es enemigo a no ser las ramas de los árboles; estoy vestido, digo, con sombrero de paja que es lo único que me asemeja a un espantapájaros y dedicado a patrullar un vivero sembrado de pino piñonero, pino negral y eucaliptus. Mi jornada es desde el amanecer hasta bien entrada la mañana y desde la caída de la tarde hasta el crepúsculo y son los momentos más dramáticos para los piñones y para los pájaros puesto que unos y otros pierden la vida si no comen o son comidos.

Al principio y al final de cada día es cuando más hambre tienen los pájaros, porque no han comido en toda la noche o porque si no comen a la puesta del sol se acostarán sin cenar. Armado con una lata de sardinas en cada mano las hago entrechocar organizando todo el alboroto que yo mismo puedo soportar y camino en lineas paralelas yendo y viniendo, cruzando el campo en diagonal o perpendicularmente zurciendo el vivero con punto de monja y matando de hambre a los volátiles. Cuando se aprenden la pauta se posan descaradamente a mis espaldas a escarbar en busca de piñones y entonces improviso nuevas rutas que, sin patrón fijo, resultan dejando rincones sin patrullar que se llenan de bandadas que esquilman el sembrado. Llega un momento en que sólo me dedico a correr de un rincón olvidado a otro con mis latas, mis melopeas y mis sombrerazos al viento y al final la emprendo a pedradas que desentierran las semillas allí donde caen y a lo largo del rastro que dejan, con lo cual descubro nuevas fuentes de riqueza para los ladrones. Cuando me canso, me siento en un bancal y los dejo comer a placer hasta que se pone el sol y entonces, espontáneamente, abandonan el campo y se retiran a sus nidos con el buche bien lleno. Yo me retiro también con la satisfacción del trabajo bien hecho aunque quizá con la sombra de una duda en la frente que intento disipar levantándome el ala delantera del sombrero.

Hacia 1967






viernes, 10 de agosto de 2007

La academia


La Academia

Esta otra es una foto en la que aun están cerca los tiempos de la casa de la torre. Ahora vivo una vez más en una casa peculiar. Es lo que antiguamente se llamaba un hotelito, o sea, una casa exenta de las demás con tres plantas y grandes balcones. A los lados hay casa vulgares de dos plantas y más allá alguna bodega o antiguas casas de labor , así que se distingue bastante incluso para quien sea poco observador. Tiene upstairs y downstairs como las casas de las películas inglesas. Se puede circular alrededor de toda la casa que tiene pequeñas aceras y en las esquinas hay palmeras gigantes. Todo está un poco ennegrecido quizá por la proximidad de la estación de ferrocarril que forma como una isla con una paisaje de carbonilla a su alrededor. Con un poco de atención se pueden usar las llegadas de los trenes como reloj y de hecho alguno lo usamos como despertador, así que el día del terremoto nos sorprendió un supuesto tren demasisado intempestivo. Lo más importante de la fachada es la escalera, que tiene dos ramas a derecha e izquierda. Entre las dos hay una fuente de rocalla semioculta entre la yedra, como debe ser. Para que mane el agua hay que abrir un pequeño grifo de bronce que está ya gris. Sólo en ocasiones usamos la escalera como el día del ingreso o cuando nos visitan nuestros padres y en esos casos subimos por la derecha y bajamos por izquierda. Al entrar en la planta principal hay un gran salón con ventanas de vidrieras y pilastras decoradas con estuco. En el centro de la estancia una gran lámpara con cuentas de vidrio que no sé si llega a ser araña. Aquí se pudieron celebrar en otros tiempos pequeños bailes de sociedad al son de la gramola o veladas musicales con té y pastas inglesas. Frente a la entrada está la escalera que sube a la tercera planta y a la azotea. Desde aquí bajamos al comedor por la escalera de servicio tres veces al día o subíamos a los dormitorios por la principal una sola vez. Solo un pupilo de preu que jugaba al fútbol en el equipo local tenia el privilegio de subir a ducharse también por la tarde los días de entrenamiento. Las demás puertas que se abren al salón están absolutamente vedadas para nosotros y constituyen la residencia privadas del dueño , su mujer y un hijo al que nunca vemos y que también es profesor en el instituto. Tengo que decir en su honor y probablemente en el de toda su familia que años más tarde fue detenido por asistir a la primera asamblea local que celebró la embrionaria y proteica platajunta. Jamás se oye la radio o la televisión aunque a veces se oye sonar un piano. Casi prefiero imaginar que se trataba de los conciertos que todavía se retransmitían en directo desde Londres a través de Radio Nacional. No había biblioteca ni espacios comunes de ninguna clase ni tampoco los necesitamos mayormente porque los tiempos están rigurosamente medidos: por la mañana vamos al Instituto hasta mediodía, comemos, volvemos al Instituto, estudiamos hasta la hora de la cena y todos a la misma hora nos acostamos en nuestras literas. Cuando todos estamos en la cama, alguien dice “la luz” y el director la apaga; luego se queda un tiempo indefinido en la oscuridad de la entrada vigilando y carraspeando de vez en cuando.

Abajo, en los sótanos que están a nivel de la calle, está la carbonera, la cocina y otras dependencias de servicio a las que se accede desde la calle por una puerta lateral, que es por donde entramos porque en realidad, los pupilos somos parte del servicio. En estos tiempos han degenerado bastante estas instituciones, lo mismo que nosotros, que para no desentonar deberíamos ir vestidos de traje azul los días de diario y de tenis los domingos. De hecho, es condición del pupilaje aportar el propio colchón y la ropa de cama a la escuálida litera. Porque los pupilos ya no pertenecemos como en otros tiempos a la clase alta sino solo a una masa amorfa de funcionarios, propietarios rurales y políticos de pueblo que le darán lustre al régimen desasnando a sus hijos y a la vez los colocarán aparte entre los llamados a ser los herederos del poder local conquistado por derecho de victoria. Seremos la primera generación de cuadros básicos que al menos ha hecho el bachillerato y después oposiciones a banca o a la administración del estado, porque nuestros padres no pasaron de primaria o son francamente analfabetos. El modelo rural del que tenemos representación es pequeño terrateniente con tres hijos, el mayor heredero, el segundón sacerdote y el pequeño estudiante a pupilaje en academia de prestigio. El modelo urbano es heladero del pueblo espabilado que instala fabrica de hielo unos años antes de la llegada del frigorífico o el panadero que acaba de instalar horno y amasadora eléctricos y ha aumentado su beneficio renunciando a la leña. El modelo político es el simple hijo de alcalde de pueblo con cargo añadido en el partido único y del que tenemos dos o tres representantes. Otros somos más difíciles de clasificar.

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El edificio de la academia a la que nosotros damos un nombre menos noble, era propiedad de una familia que huyó a Inglaterra durante la guerra y allá sus hijos aprendieron la lengua de Shakespeare, así que, a la vuelta, al regente actual de “la academia” le resultó fácil hacerse con una cátedra de inglés en el Instituto. Para subsistir con la miseria de sueldo de funcionario convirtió la residencia familiar en internado para alumnos de fuera de la ciudad que iban al instituto primero y eran preparados después para oposiciones a banca. En mis tiempos de pupilaje , con la creación de la Escuela de Comercio ya ni se preparaban opositores, así que la institución era más un pensionado que una academia aunque conservaba un barniz docente presente en un par de horas de estudio en las que hacíamos las tareas de clase en absoluto silencio y bajo la vigilancia del dueño que aprovechaba para leer el Times. El estudio era un aula pequeña con pupitres antiguos dobles y uno individual junto al radiador en el que estaba prohibido sentarse porque tenia el tamaño exacto para desplegar un periódico inglés y nosotros no necesitábamos tanto. Por supuesto, no había más radiadores. Probablemente aquellos pupitres tenían mucho que ver con el mobiliario antiguo del instituto, o el que mandó poner el general Espartero cundo lo fundó sobre un convento de monjas mercedarias. Como consecuencia de alguna remodelación se aprovecharon los pupitres y una pizarra que la daban al estudio un aire clásico y este al edificio su único marchamo académico junto con los dormitorios con literas en batería y el comedor comunitario. Las comidas se hacían en silencio casi absoluto y el pan lo administraba personalmente el director. Era norma pedirlo por favor y él mismo se levantaba de su mesa y nos lo llevaba en trozos pequeños a la nuestra y nos lo servía con pinzas. Supongo que intentaba educarnos en abandonar aquel vicio de los pobres de hartarse de pan o era una medida de ahorro porque nos lo servía con una expresión entre displicente y de censura. Aunque quizá fuese por las dos cosas ya que en todo caso conseguía que pidiésemos el mínimo indispensable y de hecho nunca vi que sobrasen mendrugos ni aun migajas en ninguna mesa. Los demás platos no se acercaban a lo abundante pero estaban bien elaborados y nos los servia la cocinera más a la pata la llana y sin los añadidos de precocinados que aparecieron después en los comedores escolares abaratando y empobreciendo el menú. No recuerdo que el director nos dijera jamás una palabra amable a ninguno de nosotros, pero tampoco nos agobiaba con prohibiciones ni normas. A veces podíamos tomar decisiones por nuestra cuenta como cuando aburrido por la vida monacal que llevábamos dicidí traerme la internado la bicicleta para ir al Instituto o para visitar algún sábado por la tarde la casa de la torre.

Hacia 1968.

Mirada


Esta es la mirada perpleja que dirigí hacia arriba aquella tarde al sentir el tacto desconocido de la mano que debería ser de mi padre. Al descubrir su cara me di cuenta aterrado de que aquel no era mi padre. En aquel momento hubo un tráfico intenso de sensaciones; se cruzaron dos miradas de las que brotaron una perplejidad y una certeza: aquella mano ajena tenía su correspondencia, como yo me temía, con una cara ajena, y a su vez , el hombre debió sorprenderse de que un niño desconocido le cogiera distraídamente de la mano y la soltase rápidamente como con asco . Nos miramos y los dos comprendimos. Estaba perdido. Miré alrededor y todos los hombres vestían traje oscuro y camisa blanca como mi padre. Imposible reconocerlo entre tantos iguales. Aquel día habíamos ido al fútbol vestidos de domingo. Me peinó mi madre, me puso corbata de goma camisa rosa y pantalón corto. No me acuerdo del campo ni de los jugadores, quizá también de uniforme. Sólo recuerdo que me perdí entre una multitud de hombres vestido con traje oscuro que esperaban de pie que comenzase el encuentro.

viernes, 13 de julio de 2007

Tizas de colores

Tizas de colores

Ahora que estoy en la fase en que uno es sólo memoria tengo que mirar estas fotos antes que se me borren los nombres y las figuras sean sólo sombras que me ronden amenazadoras alrededor. Tengo que mirarlas ahora antes de entrar en la fase en que uno es sólo olvido.

En esta foto estamos mi hermana y yo en nuestro primer día en la escuela. Es otoño y yo llevo una chaqueta azul, una camisa blanca y pantalones cortos. En el bolsillo superior llevo nuestros dos lápices nuevos que me ha puesto allí mi madre porque mi hermana no tiene bolsillos ni llevamos cartera. La maestra no me ha dejado usar el mío y me ha dado otro corto, mordido y con la punta roma. Los demás niños escriben letras o números pero a mí me ponen a hacer palotes. Semicírculos a la derecha y a la izquierda, palotes rectos y oblicuos, largos y cortos. Como ya sé leer y escribir me resulta decepcionante la tarea pero me afano todo lo que puedo con la esperanza de que la maestra lo notará enseguida cuando vea mis palotes. Sin embargo, cuando se los enseño les pone pegas y pierdo toda esperanza de que la escuela realmente me vaya a servir de algo.

En esta foto estamos en el recreo los dos juntos muy serios observándolo todo. Aunque estamos en clases separadas nos hemos reunido enseguida al salir de clase en el patio común para niños y niñas. En una parte del patio están las maestras alrededor de dos grandes perolas de aluminio. Meten un cazo dentro y lo sacan lleno de leche que vierten repetidamente dentro de la perola desde muy arriba formando un chorro continuo. Mientras, los nidos juegan y nosotros seguimos observando. Todo me parece extraño. Cuando la espuma ya rebosa por los bordes de las perolas nos llaman a todos y los niños se apiñan alrededor con sus vasos. Las maestras llenan el vaso de cada niño menos los nuestros, que no tenemos porque no sabíamos que había que traerlo. A mi madre sólo le avisaron que había que traer la silla.

Cuando vuelvo a entrar en el aula la pizarra está totalmente llena de un dibujo hecho con tizas de colores. Por más que lo miro no salgo de mi asombro y mientras la maestra les canta a los demás maría de la o frotándose los brazos dramáticamente me olvido de hacer mis palotes. Cuando termina su actuación me obliga a seguir la tarea. Después permite a los niños a cantar su canción preferida :

todos los patitos se fueron a nadar

y el más pequeñito se quería ahogar,

su madre, enfadada, le quiso pegar

cuá, cuá, cuá.

Cuando llegan al cuá cuá se tiran frenéticamente del flequillo por tres veces. Como esto les divierte mucho la maestra se enfada. No entiendo nada y pienso en el ridículo que tendré que hacer cuando me toque cantar con ellos. Entonces me afano con gusto en mis palotes durante un buen rato.

Cuando volvimos a casa, en la Calle de las Eras, mi madre me pregunta por los dos lápices y eso es lo primero que aprendo en la escuela, que los niños roban.

Por la tarde volvemos a la escuela un grupo de cinco o seis niños de la misma calle. En cierto momento, uno de los que van a mi lado me pone la zancadilla y casi doy con la frente en el suelo. Aunque doy un traspiés nadie parece darse cuenta y yo no digo nada por no parecer quisquilloso y unos pasos más adelante se vuelve a repetir el traspiés. Esta vez tampoco digo nada y el agresor me deja en paz. En ese momento tomo nota de que algunos niños a veces son crueles y ejercen la maldad por diversión y lo mejor es hacerse el tonto.

Al volver de la escuela ya cae la tarde. Mi madre nos espera al principio de la calle cerca de casa y mi hermana le anuncia a gritos que por fin se ha terminado la escuela. La silla que llevamos bajo el brazo proyecta una larga sombra sobre el suelo como si fuese la silla de un gigante. En ese momento aprendo que las cosas son muy distintas de su sombra. Aquel día, desde el punto de vista curricular, lo único que aprendí es que existen las tizas de colores.

Hacia 1958

domingo, 8 de julio de 2007

Blanco y negro-sepia-color



Blanco y negro-sepia-color

En ésta, mi madre me sostiene sobre una moto de juguete tipo vespa para que me puedan hacer la foto bien erguido. Ella se oculta todo lo que puede detrás de mí y de la moto para no salir porque quien debe salir en la foto soy yo y nada más que yo. Es una pretensión inútil porque la cámara lo registra todo. No es un caballito de cartón, qué fotógrafo más moderno. Quizá haya otra foto mía a caballo en la que me cuelgan las piernas endebles y lánguidas y al lado está mi hermana de pie porque las chicas no montan a caballo si está el niño de la casa. Luego está el autobús que nos lleva a Manzanares al entierro de la pobre María como la llamaba mi padre. Aun en aquellos tiempos de penuria los muertos llevaban delante siempre el adjetivo de pobre como si estar vivo fuera la mayor riqueza. Está el autobús con sus sobreventanas del techo azuladas, más bien magenta, que le dan al interior un aspecto mágico. He subido en autobús por primera vez y estoy impaciente porque se ponga en marcha. Cuando lo hace doy un paso más adelante; quizá me imagine que así son los aviones y volar debe ser parecido. Luego está una plancha de chapa tras la que nos resguardamos del viento o helado que barre el cementerio llevándose el último aliento de los que acompañaron a la muerta.
En esta estamos en la casa de Cabezas, el cazador y buscador de espárragos, el sonriente. Su casa está en la parte trasera de la casa de la torre y nos la enseña, orgulloso. Tiene las paredes muy blancas y destaca la luz amarillenta de las bombillas del techo. Enciende la luz de la habitación donde duerme su hija y aparece casi desnuda, morena y exuberante entre las sábanas revueltas y la vuelve a apagar con una sucinta disculpa porque ya tiene quince años y rebosa erotismo como una ola que se derrama por los bordes de la cama y llega al suelo a raudales y luego avanza hacia la puerta e invade el pasillo atrapándome los pies por los tobillos y sube por las corbas hasta las espinillas y luego se agarra atenazándome el sexo y ahí se queda una buena parte pero otra pasa a los riñones y sube veloz por la columna vertebral hasta la nuca donde se estrecha como un nudo de ahorcado.
En esta estamos en la plaza del Pilar tomando vermut rojo con tapas de anchoas porque ETA ha asesinado al presidente del gobierno de Franco.
En esta oigo los cascos de los burros y las mulas que resuenan en el empedrado de la calle donde vive mi abuela. Me despiertan al amanecer y entre el paso de un labrador y otro oigo el murmullo perenne de la Fuente del Peñón como lo oí anoche hasta muy tarde y por eso ahora tengo tanto sueño. En el arroyo de la Pasada, María la de César va a lavar la ropa y yo me entretengo llenando de agua bolsas de detergente que luego perforo y lanzo chorros al aire que forman un arco iris artificial. En el despeñadero de agua de La Pasada y mirando en cierta dirección se produce otro arco natural y procuro que el mío se coloque encima o al lado componiendo figuras pero los dos arcos siempre van en la misma dirección por mucho que me esfuerce dirigiendo el chorro de agua en uno u otro sentido. Al lado de la pequeña cascada y ocultándola un poco está el granado semisalvaje con sus flores de un rojo intenso y su botón de luz amarilla en al centro y más allá las mimbreras de las que cogen los gitanos pequeños haces de tallos para hacer cestos.
En esta estoy en la torre de la casa mirando el paisaje de la ciudad próxima y a la vez lejana. Tengo en la mano un balón de goma muy elástica que mi padre me acaba de regalar. Es de pentágonos negros pintados cobre fondo blanco. Como no tengo con quien jugar lo tiro desde la torre para ver cómo bota desde tan alto y sólo bota una vez. De repente se reduce a la mitad porque se pincha con alguna china de la explanada y deja de ser balón para convertirse en pelota inanimada. Mientras que los relojes atrapan el tiempo y lo acotan, las torres atrapan el espacio y lo revelan ordenándolo a su alrededor de manera que siempre están en el centro. Todo el mundo debería tener una torre alguna vez en su vida. Una torre a la que llevar a la amada después de mucho tiempo y decirle: esta fue mi torre y desde ella dominé el paisaje y aprendí la diferencia entre cerca y lejos, escala humana y escala cósmica, posible e imposible.


Hacia 1957

De nit a casa

En esta estamos dándonos mordiscos en los labios literalmente hablando. Hacemos como que nos besamos pero somos inexpertos y en realidad nos estamos comiendo mutuamente. O no. Es como una metáfora de algo en lo que los dos estamos pensando pero no nos atrevemos a nombrar. Ni siquiera conocemos el nombre, es decir, la cosa. Pero intuimos que estamos aludiendo a un nivel de comunicación más profundo que se tiene que producir si queremos entendernos totalmente. La habitación está casi a oscuras y suena casi como un murmullo la voz de Raimon:

I de nit a casa, junts
escoltàvem la música,
de nit a casa junts.
I serenament esperàvem
que d'un moment a l'altre
l' ascensor es parés al nostre pis.
Ells arribarien
de nit, n'érem segurs.

Corren tiempos resueltos en política y estamos allí de nit a casa, junts como escondidos de algo que no era desde luego la policía sino el censor de conductas prohibidas que, una vez detenido el ascensor en nuestro piso, otea por la mirilla con sus mil caras deformadas por la lente, la del confesionario, la de los dos rombos en la tele, la de los padres, la de la clase de religión, la de la señora Francis y nos ve, nos está viendo sorbernos con ansia como si éste fuera todo el líquido que tuviéramos que beber antes de la travesía del desierto sin confines que es la transición, el fin de carrera, el futuro incierto. Estábamos seguros de que llegarían de noche y nos pillarían juntos. La atmósfera opresiva de la canción de Raimon parecía impulsarnos a la rebelión como cuando ya está todo perdido mediante el último acto heroico o quizá al último acto de rendición.

Para asumir juntos el peligro es necesario un conjuro así que en estos momentos ponemos en juego nuestra estéril virginidad con la intuición de que nos lo arrebatarán todo pero nunca el primer acto libertario. Si llegan, si pasa lo peor, al menos no habrá habido estafa.

Como en la canción de Raimon,

No arribaren aquesta volta
però tu i jo ho sabem...


Esta vez no vinieron pero tú y yo lo sabemos … aquella noche fue por fin la revolución.

Hacia 1976